«En enero, recuerdas, eras «Charlie Hebdo». Eso pusiste en las redes sociales: je suis Charlie. Pero no, tú no eras Charlie. Porque tú estabas vivo y Charlie, los charlies, estaban muertos, como los guardias y los judíos del supermercado de los que nadie se acordó en la solidaridad plañidera del pensamiento débil. Muertos como los del viernes, tirados en la calle mientras tú corrías a cambiar la foto del perfil de Twitter y de Facebook. ¿Y ahora qué nombre vas a poner? ¿Bernard, Marion, Lucien, Françoise, Phillipe? Tienes 130, elige. Ah, bien, je suis Paris, qué hermoso; qué bonita esa torre Eiffel enmarcada en el símbolo hippie de la paz. Sólo que no estamos en paz. Y que tú tampoco eres París.
Tú eres el que ayer por la mañana, la luminosa mañana de este cálido noviembre, hacías jogging en el Retiro. La que se compraba un bolso y unos zapatos en la Gran Vía. La que paseaba el perrito por la plaza soleada.
El que se iba a comer con la familia en el chalé de los suegros. La que se quedó viendo el programa de telebasura en la noche de la masacre. Tú eres uno cualquiera de los que se sentían, nos sentíamos, provisionalmente a salvo. Uno de los que descargaron
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